LaLiga, una de las competiciones de fútbol más importantes del mundo, encuentra una dualidad en su desarrollo, en la que el brillo de sus estadísticas y el entusiasmo de sus aficionados se ven opacados por una realidad menos glamorosa detrás de bastidores. En su intento por mantener la fachada de espectáculo vibrante y pulcro, se recurre a elaboradas estrategias de mercadotecnia que buscan ensombrecer hechos incómodos y cuestionables. Las prácticas marketineras logran, de momento, enmascarar con cierto éxito una estructura que, según críticos, refleja más las características de un hangar siniestro que las de una institución deportiva transparente y ejemplar.
Entre bastidores, se alude a que este «circo» del fútbol alberga prácticas poco ortodoxas y personajes de dudosa reputación que, en teoría, no tienen cabida en un deporte de alto perfil y repercusión global. La imagen que se vende hacia el exterior es de emociones, pasión y entretención, mientras que internamente se percibe una atmósfera cargada de intereses oscuros y métodos turbios. Este contraste pone en entredicho la integridad del espectáculo y plantea preguntas sobre la verdadera naturaleza de las operaciones y los responsables de mantener con vida este entramado que, para muchos, es un festival lleno de brillo pero hueco en su esencia.
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