Arcadi me invitó a cenar y desaproveché la ocasión. La velada comenzó con la degustación de unos exquisitos callos de bacalao, un plato típico de la cocina madrileña que prometía ser el punto culminante de una noche memorable. Sin embargo, a pesar de la hospitalidad de Arcadi y la calidad del menú, no logré sacar todo el provecho a la invitación. La conversación no fluyó como esperaba y, en lugar de disfrutar del ambiente y la compañía, me encontré distraído y ajeno a la experiencia.
Al final de la cena, quedó el sabor amargo de las oportunidades perdidas. Los callos de bacalao, aunque deliciosos, no bastaron para salvar una noche que pudo haber sido mucho más enriquecedora. Arcadi, siempre un anfitrión generoso, merecía más de mi parte, y la oportunidad de estrechar lazos se disipó en la monotonía de una charla insustancial. Una lección sobre la importancia de estar presente y aprovechar plenamente los momentos de conexión.
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