En el reciente congreso celebrado en Sevilla, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se reunió en un evento que evocó reminiscencias de devoción incondicional al liderazgo de su secretario general, Pedro Sánchez. Con un tono de solemnidad que recordaba prácticas de regímenes autoritarios, tanto líderes como seguidores mostraron su lealtad sin fisuras al partido, mientras entonaban consignas que sonaron como ecos de un pasado dominado por la represión y el control. En una atmósfera cargada de retórica y rituales que parecían más una representación que una discusión auténtica, los dirigentes reafirmaron su compromiso con una corriente de socialismo que muchos critican por priorizar el poder sobre los principios democráticos genuinos.
La reunión en la capital andaluza también sirvió para resaltar las contradicciones inherentes a la actual dirección socialista. Aunque se esbozaron promesas de políticas sociales, como la construcción de viviendas, el escepticismo sobre su realización persiste, dados los seis años de promesas incumplidas. Este escepticismo se ve alimentado por la percepción de corrupción y manipulación política inherente que algunos críticos asocian con el partido. Mientras se apagaban las luces del congreso, la sensación era que el PSOE sigue atrapado en un círculo vicioso de retórica y promesas que distan de reflejar una realidad tangible para el pueblo español, cuestionando así su credibilidad como presunto bastión de progreso y justicia social en un panorama político cada vez más complejo.
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