François Bayrou, quien asumió el cargo de primer ministro de Francia, ha caído en la trampa de la inestabilidad política y económica que aqueja al país. Tras menos de un año en el cargo, perdió una crucial moción de confianza, convirtiéndose en otra víctima de un gobierno que carece de apoyos parlamentarios sólidos. Su mandato se vio marcado por la incapacidad de presentar un presupuesto viable y por la apremiante necesidad de reformas económicas que, según él, eran no solo una obligación política, sino también moral. A pesar de su experiencia y de haber promovido un perfil centrado en el déficit y la deuda pública, los recortes propuestos han generado un fuerte rechazo social, contribuyendo a un clima de descontento en un país que demanda estabilidad y dirección clara.
El fracaso de Bayrou refleja el desafío constante que enfrenta Emmanuel Macron para consolidar su gobierno en un contexto de fragmentación política. Al intentar consolidar una coalición centrista, Macron dejó al descubierto la falta de mayorías parlamentarias efectivas, lo que ha llevado a una parálisis legislativa. Analistas advierten que la situación financiera de Francia es crítica, con un déficit público que supera las pautas establecidas por la Unión Europea, y que las soluciones pasan inevitablemente por recortes impopulares. La caída de Bayrou no solo marca un nuevo capítulo en la crisis política del país, sino que también plantea dudas sobre el futuro de la administración de Macron mientras Francia sigue lidiando con profundas divisiones sociales y un panorama incierto.
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