Hace 3.260 millones de años, un colosal meteorito, denominado S2 y de entre 30 y 60 kilómetros de diámetro, impactó la Tierra, dejando una marca perdurable que los científicos pueden seguir rastreando hasta hoy. Este evento, ocurrido cuando la vida empezaba a florecer en forma de organismos unicelulares, no resultó en destrucción total sino que, paradójicamente, fortaleció la vida primitiva en el planeta. El estudio, publicado por la revista científica PNAS y liderado por Nadja Drabon, geóloga de la Universidad de Harvard, revela que en lugar de extinguir la naciente biosfera, el impacto del meteorito generó condiciones que favorecieron un auge de poblaciones bacterianas. La colisión provocó un tsunami que redistribuyó nutrientes esenciales y el calentamiento atmosférico llevó a la liberación de minerales clave para el desarrollo de los microorganismos.
La investigación resalta que, aunque inicialmente la violenta oscuridad y el calor resultantes del impacto podrían haber sido fatales para algunas formas de vida, estos eventos también sembraron el camino para una fertilización global que incentivó la diversificación de la vida. Los científicos comparan esta dinámica con las erupciones volcánicas que, a pesar de su devastación inicial, crean nuevas oportunidades ecológicas. Profesionales como Juli Pereto, de la Universidad de Valencia, y Jesús Martínez Frías, del CSIC, apuntan a que el impacto del S2 puede entenderse como un ejemplo más de la increíble capacidad de adaptación y resiliencia de la vida. El estudio no solo añade perspectiva a cómo la vida en la Tierra ha podido prosperar en condiciones adversas, sino que también enmarca nuevas líneas de investigación sobre cómo eventos cataclísmicos han moldeado el planeta y su biosfera primitiva.
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