La ministra ha exhibido en reiteradas ocasiones su decisión de no exigir la renuncia del funcionario implicado en un caso de falsificación de un título académico. En un encuentro reciente con los medios, mencionó hasta en cinco oportunidades que, tras una evaluación interna, se optó por mantener al implicado en su puesto debido a su experiencia y desempeño en el cargo. Esta postura ha generado un debate en el ámbito político y social sobre la ética y la integridad en las administraciones públicas, cuestionando si se deben priorizar las habilidades profesionales sobre los principios de honestidad y transparencia.
La controversia ha cobrado relevancia en el contexto de una creciente exigencia ciudadana por la rendición de cuentas y la transparencia en el sector público. Para algunos analistas, la decisión de la ministra representa un gesto de respaldo hacia sus colaboradores, mientras que para otros, envía un mensaje equivocado sobre la tolerancia hacia actos que comprometen la credibilidad institucional. En el entorno político, se ha alzado una presión significativa para que el gobierno proporcione una respuesta clara y contundente que refuerce los valores éticos frente a situaciones de fraude y mala conducta.
Leer noticia completa en El Mundo.