A pocos días de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Donald Trump y Kamala Harris concentran sus esfuerzos en Pensilvania, un estado clave conocido por su indecisión. Trump, replicando la estrategia que le llevó a la victoria en 2016, centra su campaña en los condados rurales y menos poblados del noreste, buscando repetir el éxito con el voto de clase trabajadora y especialmente entre el «cinturón latino» y los afroamericanos de Filadelfia. Su agenda incluye visitas a varios estados cruciales, con mítines programados diariamente, un esfuerzo por mantener e incrementar su base electoral que cuestiona las propuestas económicas de Harris. En tanto, los demócratas, apostando por su estrategia tradicional, se enfocan en el centro-sur del estado y los suburbios de Harrisburg, donde Harris busca fortalecer su apoyo especialmente entre los votantes jóvenes y las mujeres de los suburbios.
Por su parte, Kamala Harris, que reemplaza a Joe Biden como figura de liderazgo demócrata, intenta consolidar su posición apelando a los votantes suburbanos, cuya población ha crecido desde 2016. Su campaña se centra en mensajes que contraponen políticas sociales, destacando su oposición a restricciones sobre el aborto, un tema que define como diferenciador frente a Trump, aunque carezca de fundamento ante la actual postura política del republicano. Condados como Montgomery, donde Biden superó a Hillary Clinton en 2020, son cruciales para Harris si desea replicar esa ventaja y llevar los votos necesarios a su favor. En este contexto, Pensilvania se convierte en el campo de batalla principal, donde ambos candidatos buscan asegurar los votos de una diversidad de electores clave, desde las áreas metropolitanas hasta las zonas industriales y rurales.
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