Días pasados, una tarde de julio en Xàtiva, decidí junto a mi amigo Raúl ir al cine, buscando un respiro del calor con la película «28 años después», dirigida por Danny Boyle. Aunque nuestra salida al cine tenía como meta principal compartir una cena y buenos momentos, nos llevó a evocar al profesor Enric Saperas, que en sus clases del Madrid universitario debatía sobre los zombis como herramienta de deshumanización en conflictos bélicos. Estos seres, decía, se presentaban sin identidad, lo que justificaba a las grandes industrias culturales para promover la violencia contra ellos. Este pensamiento me condujo a reflexionar sobre cómo la derecha radical de España adapta esta estrategia, deshumanizando a migrantes y otros colectivos, tratando a personas como meros «NPCs», sin identidad ni rostro.
La situación de Torre-Pacheco y el aumento de la radicalización política subrayan cómo el lenguaje puede determinar la percepción social, como advierte el consultor Frank Luntz en su obra. Al referirse a migrantes como «menas» y no chicos, la narrativa se inclina hacia la deshumanización. Para evitar que la Comunidad Valenciana sufra un cambio negativo, es crucial que la izquierda desarrolle un discurso poderoso sobre seguridad. Esta narrativa debe abordar los problemas estructurales que afectan a València y sus clases medias, infrafinanciadas y en crisis. Enfrentar al «lobo» antes de que sea demasiado tarde es vital; un «lobo» que no solo apunta a los inmigrantes, sino también a feministas, activistas y la comunidad LGTBI. El tiempo urge, pues la pasividad podría llevarnos a la deshumanización que tanto tememos.
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