En un contexto marcado por tensiones políticas y desacuerdos internos, la extrema derecha ha sido el centro de críticas por su papel en la promoción de un proceso cuestionable. Las acusaciones apuntan a una falta de transparencia y a la instrumentalización de apoyos externos, con «enemigos» que provienen señaladamente de Rusia, lo que ha generado una creciente preocupación en el ámbito internacional. Las críticas subrayan la naturaleza divisiva de esta estrategia, que parece más orientada a desestabilizar que a construir soluciones democráticamente viables.
Con la votación programada para el próximo jueves, los analistas consideran que las posibilidades de éxito del movimiento son extremadamente bajas. Este escepticismo se basa en la falta de un apoyo sustancial dentro de los principales sectores políticos y sociales. El rechazo mayoritario refleja un descontento general con las tácticas de la extrema derecha, percibidas como un esfuerzo por polarizar y fragmentar en lugar de unir y avanzar hacia consensos. En medio de este clima, la atención está centrada en las repercusiones futuras y en cómo las dinámicas internacionales pueden influir aún más en el proceso.
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