Las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela representan una oportunidad única para un cambio político desde la muerte de Hugo Chávez en 2013. Aunque las encuestas favorecen al opositor Edmundo González Urrutia, el control del chavismo sobre casi todos los poderes del Estado y las recientes tácticas represivas, como la detención de activistas y el bloqueo de sitios web, ponen en duda la transparencia del proceso. La presión internacional y la necesidad de legitimación del chavismo podrían permitir unas elecciones más justas, aunque el margen de maniobra del gobierno sigue siendo alto. La posibilidad de un resultado legítimo está condicionada por la posible manipulación de votos y el alto abstencionismo. Si Maduro se ve forzado a aceptar su derrota, podría ceder el poder, pero si manipula los resultados, Venezuela enfrentaría una crisis política y económica aún mayor.
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