En Riad, las primeras conversaciones directas entre delegaciones de Estados Unidos y Rusia en tres años han marcado el inicio de un posible deshielo en las relaciones entre ambas potencias, tras la iniciativa de Donald Trump de entablar comunicación con Vladimir Putin. Sin embargo, el diálogo ha estado impregnado de tensiones, evidenciando la falta de preparación de los funcionarios estadounidenses frente a los experimentados diplomáticos rusos. El intercambio fue particularmente tenso en temas críticos como el ataque a infraestructuras ucranianas y el controvertido futuro de Ucrania en la OTAN. Moscú ha rechazado la integración de Ucrania en la alianza atlántica y ha dejado claras sus intenciones de rediseñar la seguridad europea en base a sus propios intereses, algo que surge en el contexto de un posible escenario de capitulación que podría marcar un oscuro capítulo en la historia.
Dentro de Europa, la respuesta al posible acuerdo entre Rusia y Estados Unidos está generando divisiones significativas. Francia y Reino Unido se están moviendo para asegurar su presencia en cualquier acuerdo de paz, enfatizando la importancia de mantener las fuerzas de la OTAN en Ucrania como una garantía de seguridad postconflicto. Mientras tanto, Zelesnki reitera la integración territorial de Ucrania como una línea roja inquebrantable en cualquier negociación, y busca el respaldo de líderes como Erdogan de Turquía, un país clave de la OTAN, para recibir apoyo continuo. En esta coyuntura, Macron y Starmer intentan reforzar la posición europea ante la retirada potencial de ayuda estadounidense, impulsando un nuevo paquete de ayuda a gran escala. La realidad en Ucrania sigue siendo crítica, y mientras los actores globales negocian, las comunidades locales siguen enfrentándose a las amenazas constantes de la agresión rusa.
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