El gigante taiwanés de semiconductores, TSMC, ha decidido redirigir sus inversiones estratégicas hacia Estados Unidos, dejando en segundo plano otros proyectos internacionales como la segunda fábrica en Japón, cuya construcción ha sido pospuesta indefinidamente, según un informe reciente del Wall Street Journal.
El creciente interés del gobierno estadounidense en asegurar la producción nacional de chips, intensificado desde la administración Trump, ha cambiado radicalmente las prioridades del fabricante. Las amenazas de imponer aranceles de hasta el 100% a chips provenientes de Taiwán han llevado a TSMC a considerar a Estados Unidos como su “segunda casa” después de su base original en Asia.
Este cambio de dirección no es simplemente comercial. Fuentes indicadas por el Wall Street Journal señalan que la presión política ha sido un factor determinante para que la compañía reoriente gran parte de sus recursos hacia la planta de Arizona, que ya está operativa con nodos avanzados y planea alcanzar procesos de 1,4 nm antes de 2030.
La decisión ha supuesto la paralización de proyectos en Japón y Alemania, donde TSMC había delineado ambiciosos planes. El caso más notable es el de la segunda fábrica en Japón, que ahora enfrenta un futuro incierto. A pesar de la creciente demanda en Asia y Europa, el compromiso con Estados Unidos se ha tornado una prioridad, especialmente ante el interés de grandes clientes como NVIDIA, Apple, Microsoft y Amazon, quienes han solicitado que sus chips se fabriquen dentro del territorio estadounidense.
La estrategia estadounidense va más allá de los chips: empresas como Foxconn y Quanta, proveedores clave en la cadena de valor de la inteligencia artificial y colaboradores directos de NVIDIA, también están trasladando parte de su producción a EE. UU. Esto refuerza la narrativa iniciada por Trump y continuada por la administración Biden de promover el sello “Made in USA” en sectores críticos.
TSMC está convirtiendo a Estados Unidos en el nuevo epicentro de su producción internacional, impulsada por una combinación de presión política, seguridad comercial y afinidad con sus mayores clientes tecnológicos. A medida que avanza la guerra tecnológica entre potencias, la fabricación de semiconductores trasciende la eficiencia industrial para convertirse en un eje clave de soberanía nacional y estrategia geopolítica.
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