El escenario global experimentó un cambio radical con la sorpresiva decisión del presidente Donald Trump de buscar un acercamiento con Rusia, marcando un giro en la postura estadounidense respecto a la guerra en Ucrania. Durante una llamada de hora y media con el presidente ruso Vladimir Putin, Trump propuso trabajar estrechamente para poner fin al conflicto, lo que se traduce en un gesto significativo hacia Moscú tras años de apoyo incondicional a Ucrania. Esta nueva dirección no solo desafía el consenso entre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que hasta ahora habían mantenido una línea dura contra Rusia, sino que también representa un respiro diplomático y económico para el Kremlin en medio de severas sanciones internacionales.
El efecto inmediato de esta estrategia se evidencia en las reacciones tanto en Ucrania como en Europa. Volodimir Zelenski, presidente ucraniano, recibió la noticia con cautela y afirmó estar coordinando con Estados Unidos para asegurar una paz confiable. Sin embargo, las preocupaciones en Europa no se hicieron esperar, ya que líderes como la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, insistieron en la importancia de incluir a Ucrania en cualquier resolución de paz. Mientras tanto, Estados Unidos también vio cambios internos, con la controversial confirmación de Tulsi Gabbard como directora de la Inteligencia Nacional, lo que generó críticas debido a su historial prorruso. Este giro no solo redefine la política exterior de Washington, sino que también plantea preguntas sobre el futuro de las alianzas tradicionales y el equilibrio de poderes en la región.
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