Donald Trump, en un acto de campaña en el icónico Madison Square Garden de Nueva York, hizo una demostración de su característico estilo, rodeado de leales seguidores en un evento que reunió a unas 20,000 personas. En un ambiente exultante, Trump emergió dramáticamente desde un telón con una bandera estadounidense, pintada por el artista Scott Lobaido, simbolizando un rescate metafórico del Empire State. Acompañado por personalidades como Elon Musk y figuras del espectáculo como Hulk Hogan, el mitin sirvió como escenario de apoyo ferviente y promesas de renovación nacional. Aunque Nueva York es un bastión demócrata, la audacia de Trump de realizar este evento resuena como un golpe simbólico en la recta final de la elección presidencial, que se anticipa cerrada.
A medida que se aproxima el día de las elecciones, Trump se posiciona no solo como un símbolo de ambición y desafío político, sino como una figura que ha reconfigurado el paisaje político estadounidense. Su presencia en Nueva York, pese a ser impopular en la ciudad y haber sido hallado culpable de múltiples cargos legales, subraya su inquebrantable conexión con un amplio sector del electorado que lo ve como un defensor del «verdadero» espíritu americano. La campaña de Trump ha sabido capitalizar un sentimiento de descontento y escepticismo hacia el sistema tradicional, habitado una identidad que desdibuja las líneas entre el espectro político y el entretenimiento mediático. Con las encuestas todavía inciertas, su figura polariza y dinamiza el escenario electoral, consolidándose como un fenómeno complejo y persistente en la política contemporánea de Estados Unidos.
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