En un contexto de tensiones comerciales globales, la administración de Donald Trump manifiesta una estrategia incierta pero que parece centrarse cada vez más en aislar a China mediante alianzas con otros socios comerciales. Tras un periodo de negociación y la introducción de elevados aranceles a China, que suman un 145% debido a cuestiones como el fentanilo, el gobierno de Estados Unidos busca que otros países asuman una posición de apoyo en su cruzada contra el gigante asiático. Aunque la política arancelaria se ha suavizado para evitar perjuicios a grandes tecnológicas como Apple y Dell, las restricciones persisten en sectores estratégicos, lo que ha impactado a firmas como Nvidia. Curiosamente, la posición estadounidense evidencia un enfoque dual, ofreciendo treguas arancelarias a ciertos productos mientras refuerza restricciones a otros, indicando un intento de equilibrar presiones internas y externas.
La retórica del gobierno estadounidense hacia China se ha endurecido, con el presidente Trump y su equipo, incluido el secretario del Tesoro Scott Bessent, enfatizando la necesidad de cortar dependencias del mercado chino, al tiempo que critican la relación de países como España con Pekín. En Latinoamérica, Trump sugiere un potencial ultimátum a las naciones que participan en la Iniciativa de la Ruta de la Seda de China, instándolas a elegir entre las dos superpotencias. Esta presión extensiva también recae en el sudeste asiático, donde Estados Unidos acusa a naciones como Vietnam y Tailandia de ser intermediarios de productos chinos hacia el mercado estadounidense. Paralelamente, las relaciones con Japón parecen ser una prioridad para el gobierno de Trump, con reuniones directas para tratar aranceles y acuerdos comerciales, en busca de reafirmar alianzas estratégicas que refuercen la posición estadounidense frente a la influencia china.
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