El panorama de la educación superior en América Latina se ve profundamente afectado por las múltiples crisis globales y tensiones geopolíticas que configuran un diagnóstico complejo tras la pandemia. La interrupción de los estudios y el aumento de la desigualdad siguen siendo retos, afectando el potencial de la educación como motor de movilidad social. Sin embargo, la educación superior sigue siendo clave para el crecimiento económico y la innovación, manteniendo su papel crucial en el avance de la investigación científica y la capacitación técnica. A pesar del difícil contexto, hay señales de recuperación y optimismo con el aumento en la cifra de matriculados en educación terciaria, la cual ha superado los treinta millones en 2022, reflejando una notable democratización del acceso.
No obstante, persisten desigualdades significativas, como la baja equidad en el acceso, altas tasas de deserción y la persistencia de brechas étnicas. Además, la presencia predominante de mujeres en las universidades no se ha traducido en logros socioeconómicos sustanciales. El énfasis en estudios STEM es visto como crucial para la preparación tecnológica y digital de la región, dado el creciente papel de la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías. Las universidades enfrentan el reto de adaptarse a estas demandas, potenciando programas académicos más flexibles y alineados con el mercado laboral. Esta encrucijada tecnológica y democrática definirá el futuro de la educación superior en Iberoamérica, requiriendo un balance entre innovación tecnológica y un enfoque humanista.
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