En las últimas semanas, Estados Unidos ha sido escenario de una serie de trágicos accidentes aéreos. Uno de los más recientes se produjo con el choque de un pequeño avión de la compañía Bering Air en Alaska, resultando en la muerte de 10 personas. El vuelo siniestrado era un Cessna Caravan que partió de Unalakleet con destino a Nome. El avión, operando a plena capacidad, desapareció poco antes de llegar a su destino en medio de condiciones climáticas adversas, incluyendo nieve ligera y niebla. La Guardia Costera localizó los restos del aparato a 34 millas al sureste de Nome. Hasta el momento, han podido recuperar tres cuerpos y presumen que los otros siete ocupantes se encuentran dentro del fuselaje, de difícil acceso. Este trágico incidente se suma a dos accidentes previos en Washington y Filadelfia, que también dejaron un alto saldo de víctimas.
En respuesta al accidente, tanto el gobernador de Alaska, Mike Dunleavy, como la senadora Lisa Murkowski, expresaron sus condolencias a través de redes sociales, subrayando la premisa de comunidad unida pese a las tragedias. Bering Air, una aerolínea que conecta diversas localidades rurales de Alaska, enfrenta ahora la evaluación de sus operaciones y protocolos debido al accidente. La Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) ha iniciado una investigación para determinar las causas del siniestro, analizando datos del radar que sugieren una pérdida repentina de altitud y velocidad. Este accidente es el más letal en la región desde 2013, cuando otro avión se estrelló en circunstancias similares, atribuidas entonces a un sobrepeso y mal balance del aparato.
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