El llamado «rancho del horror» en México, bautizado por algunos como el Auschwitz mexicano, emergió como un siniestro recordatorio de la brutalidad del crimen organizado en el país. Este oscuro recinto, en medio de los campos segados de caña de azúcar, se abrió el 5 de marzo cuando un grupo de buscadores de personas desaparecidas encontró restos humanos, ropa y objetos personales desechados. Sin embargo, lo que más conmocionó fue la escalofriante pila de zapatos abandonados, evocando sombríos recuerdos de genocidios pasados. Se cree que este espacio fue utilizado por el crimen organizado para entrenar a jóvenes reclutas en prácticas crueles diseñadas para inyectarles un miedo visceral en el uso de armas, contribuyendo a las cifras alarmantes de desaparecidos en México, una nación asediada por la violencia del narcotráfico.
La revelación del rancho trajo consigo interrogantes sobre la eficacia de la Fiscalía estatal de Jalisco, cuya intervención inicial dejó mucho que desear. Tras un operativo en septiembre, el recinto quedó prácticamente abandonado, lo que desencadenó críticas sobre una posible connivencia con el crimen organizado. La frustración de los colectivos de búsqueda y la prensa creció cuando se descubrió el descuido en la recolección y análisis de pruebas cruciales. Mientras tanto, el fiscal general Alejandro Gertz Manero denunció públicamente estos desatinos, al hacerse cargo la Fiscalía General del caso. Los intentos por identificar los objetos y pertenencias halladas allí, exhibidos públicamente con la esperanza de que alguna familia reconozca a sus desaparecidos, se tornan en un esfuerzo desesperado por arrojar luz sobre un misterio que aún retuerce entrañas en un país donde el crimen organizado sigue predicando el terror.
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