En el inicio del segundo mandato de Donald Trump, la política exterior de Estados Unidos respecto a Venezuela se perfila como un tema prioritario, con implicaciones importantes en la extracción de petróleo, la migración y la lucha contra el narcotráfico. En su discurso al asumir el cargo, Trump sugirió la posibilidad de dejar de comprar petróleo venezolano, apuntando a una posible revisión de las licencias otorgadas a Chevron, la segunda petrolera más grande de Estados Unidos, para operar en el país sudamericano. Esta medida podría afectar severamente la economía venezolana, cuya producción de crudo está ya muy por debajo de los niveles alcanzados en la era de Hugo Chávez. Además, el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, ha expresado su intención de reevaluar las relaciones con el régimen venezolano y abordar los vínculos con Cuba, otra pieza clave en la política latinoamericana de Estados Unidos.
Por otro lado, la estrategia de deportaciones de Trump hacia los migrantes venezolanos podría tener un impacto significativo en la relación con México, donde muchos serían eventualmente enviados. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, podría verse forzada a adoptar una postura más clara respecto al régimen de Nicolás Maduro, alineándose o enfrentándose a él según las decisiones que tome. Mientras tanto, la designación de Marco Rubio como jefe de la diplomacia estadounidense promete un enfoque más crítico y proactivo hacia Venezuela, reflejando su conocimiento de la compleja situación política y la firmeza en denunciar al «narcogobierno» de Maduro. En el horizonte, Rubio parece también tener en cuenta los efectos de estas políticas en su ambición política personal de cara a las elecciones presidenciales de 2028.
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