En distintas etapas de mi vida y en diferentes viviendas que he ocupado, siempre he estado expuesto a los ruidos característicos de las comunidades, sonidos que nunca llegaron a incomodarme. El zumbido de un taladro, el eco de una puerta cerrándose o las pisadas en el piso superior se mezclaban con mi día a día sin mayor conflicto. Sin embargo, en mi residencia actual, un nuevo ruido ha captado mi atención con un matiz casi perturbador. Aproximadamente, desde el cambio de estación, un sonido recurrente y agudo, similar al de hamsters corriendo en su ruedita, ha invadido mis momentos de tranquilidad, despertando una intriga y cierta incomodidad que no había experimentado antes.
Este nuevo matiz sonoro en el vecindario no solo cuestiona mi capacidad de adaptación al entorno, sino que también parece reflejar un cambio en las dinámicas de convivencia. La comparación con el ruido de hamsters en su ruedita evoca una imagen de monotonía y de repetición, quizás un símbolo del estilo de vida actual de los habitantes de la ciudad. Este fenómeno podría ser una manifestación acústica de la aceleración y uniformidad con las que se viven los días en las metrópolis, donde las rutinas se asemejan cada vez más a interminables ciclos de actividad. Reflexionar sobre estos cambios en el paisaje sonoro nos permite entender mejor las sutilezas de la vida urbana contemporánea.
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