En un sorprendente desenlace que ha dejado conmocionada a la comunidad internacional, el régimen sirio encabezado por Bachar El Asad cayó tras un ataque relámpago por parte de fuerzas rebeldes. En cuestión de días, ciudades clave como Alepo, Hama y finalmente Damasco sucumbieron ante la ofensiva liderada por el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS) y el Ejército Nacional Sirio, apoyados por Turquía. Este repentino colapso ha expuesto la fragilidad interna de un régimen que, durante años, parecía sólido y sostenido por el respaldo militar de aliados como Hezbolá, Irán y Rusia. Sin embargo, la retirada de estos aliados en medio de sus propios conflictos regionales y el desplome de la moral y eficacia del ejército sirio, deteriorado por un conflicto interno que se prolongó por más de una década, facilitaron una caída que parecía impensable.
La situación económica y social del país también jugó un papel decisivo en este desenlace. Durante años, el gobierno de El Asad había sobrevivido en gran medida gracias a la producción y tráfico del captagon, una droga sintética que reportaba cientos de millones aunque enriquecía a unos pocos. Más del 90% de los sirios viven en la pobreza, en medio de una crisis humanitaria exacerbada por el recorte de subsidios y el colapso económico, elementos que erosionaron el apoyo interno al régimen. El descontento y la deserción dentro del ejército, en gran parte compuesto por soldados reclutados a la fuerza y mal remunerados, reflejan un sistema desgastado y sin dirección, culminando en una ofensiva rebelde que llevó al exilio del presidente sirio, cuyo paradero es actualmente desconocido. Mientras el poder del régimen se desintegra, el futuro de Siria pende precariamente, ante la incertidumbre del nuevo orden político y la situación humanitaria en continuo deterioro.
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