Durante la presentación de los carteles para la Feria de Abril, Ramón Valencia, empresario de La Maestranza, calificó el evento como sólido y balanceado; sin embargo, el trasfondo revela tensiones entre lo comercial y lo artístico en el mundo del toreo. La exclusión de figuras como Emilio de Justo, quien ha tenido éxito en ediciones anteriores, pone de relieve las intrigas del negocio taurino. Su ausencia parece no ser casualidad; el control de apoderados influyentes, como la Casa Matilla, parece dictar quienes actúan, beneficiando a unos y dejando fuera a otros por cuestiones ajenas al mérito en la arena. Este manejo sugiere un desequilibrio y un abuso de poder que no solo es tolerado sino facilitado por una afición cada vez más pasiva y una Real Maestranza centrada en obtener rentabilidad.
Por otro lado, la feria también muestra un desinterés por innovar en términos de diversidad ganadera y visual. Las elecciones repetitivas de ganaderías y el arte abstracto figurativo de Martha Jungwirth para los carteles de este año, que poco tiene que ver con la tauromaquia, ilustran un fracaso ya instalado en preservar el prestigio y la universalidad de esta histórica plaza. A pesar de su larga tradición, el evento parece más un negocio anclado en intereses establecidos que una celebración del arte taurino en su diversidad. Mientras tanto, la Real Maestranza mantiene un perfil bajo, recolectando beneficios sin hacer gestos hacia la afición amante del toreo, que sigue siendo influida por las decisiones de las élites del toreo. Las críticas apuntan a que, a menos que haya un cambio, La Maestranza podría perder el respeto y el lugar que le corresponde en el foco taurino mundial.
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