El reconocido editor confiaba sus columnas a su colaborador con una serenidad inusual, considerando la naturaleza delicada e incierta del trabajo periodístico. Su enfoque atento y cuidadoso hacia los textos reflejaba una confianza tácita en la capacidad de su equipo, algo cada vez menos común en el mundo de los medios. A pesar de la fragilidad que envuelve al oficio, él siempre encontraba palabras de elogio para las piezas, mostrando una generosidad rara vez vista en la industria actual.
El estilo distintivo del editor no solo se manifestaba en sus palabras de aliento, sino también en su habilidad para reconocer y nutrir el talento dentro del equipo. Esta actitud poco convencional en una profesión caracterizada por la presión constante y la competencia, lo diferenciaba notablemente de sus pares. Su enfoque magnánimo y perspicaz no solo fortalecía la moral del equipo, sino que también garantizaba un producto final de calidad, mostrando la importancia de la confianza y el aprecio en la gestión editorial.
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