El nuevo arancel global del 10% decretado por el presidente Donald Trump ha comenzado a regir este sábado, generando preocupación por el potencial incremento de turbulencias en los mercados internacionales. Esta política, anunciada como una estrategia para fomentar la economía estadounidense, ha puesto en alerta a socios comerciales y rivales de Washington, quienes temen las repercusiones que podría tener en el comercio global. A este arancel se le suma una escalada adicional para ciertos productos, llegando a tasas del 20% para las importaciones europeas y del 34% para las chinas, incrementando así las tensiones comerciales con países como Canadá y China, que han respondido con acciones arancelarias propias. Fuentes del sector financiero, como JPMorgan Chase, han elevado las probabilidades de una recesión global, y las voces de alerta no cesan dentro de Estados Unidos sobre las posibles implicaciones económicas internas de la medida.
Especialistas temen que estos aranceles puedan traer consigo una inflación incrementada dentro del país, junto con un crecimiento económico más lento, tal como advirtió Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. Además, se teme que el incremento en los costos de productos importados repercuta negativamente en la economía doméstica, encareciendo bienes como viviendas, automóviles y ropa, lo que afectaría especialmente a las familias con menores recursos. Trump argumenta que la implementación de estos aranceles responde a una situación de «emergencia nacional» con el fin de proteger la seguridad y economía del país, buscando que los empleos vuelvan a suelo estadounidense. Sin embargo, remembranzas de políticas similares pasadas, como la ley arancelaria Smoot-Hawley de 1930, avivan los temores de un impacto negativo en la economía, similar al experimentado durante la Gran Depresión. Mientras tanto, la exención temporal para productos ya en tránsito ofrece un breve respiro en medio de la creciente incertidumbre comercial.
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