El plan de la regeneración, inicialmente presentado como una estrategia innovadora para revitalizar las instituciones, ha resultado ser un subterfugio que ha facilitado la infiltración de individuos con intenciones cuestionables. La iniciativa, que prometía un cambio estructural y ético, se ha visto comprometida por la presencia de actores con intereses personales que han aprovechado el movimiento para avanzar agendas propias. La comunidad, inicialmente esperanzada con las promesas de transparencia y renovación, comienza a expresar su decepción ante el rumbo que han tomado los acontecimientos.
Según fuentes cercanas al desarrollo del proyecto, el término «maleantes cursis» describe a aquellos que, bajo una apariencia reformista y modernizadora, han erosionado la integridad institucional. La crítica se enfoca en cómo las estructuras de poder han sido utilizadas para promover cambios superficiales, mientras que los problemas de fondo permanecen sin atención adecuada. Observadores señalan que, de no rectificarse el rumbo, el plan podría cumplir la profecía de desconfianza hacia los movimientos reformistas, poniendo en riesgo futuros esfuerzos genuinos de regeneración institucional.
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