Rusia ha intensificado su ofensiva contra Ucrania, lanzando ataques masivos que han dejado al país al borde del colapso energético. Según el Kremlin, la ofensiva es una represalia por el uso de cohetes ATACMS en territorio ruso. Moscú ha desplegado cerca de 200 drones y casi un centenar de misiles, lo que ha golpeado duramente infraestructuras críticas como la energía y el transporte, en un momento en que Ucrania ya ha perdido más de la mitad de su capacidad de producción energética. A pesar de la magnitud del ataque, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski ha informado que han logrado derribar una gran parte de los misiles y drones, evitando así mayores daños y víctimas. Sin embargo, el impacto ha dejado a más de la mitad de los residentes de la región de Ternopil sin electricidad y ha forzado a reducir la capacidad de las plantas nucleares, lo que acrecienta el temor de un invierno cada vez más difícil para los ucranianos.
El ataque ha despertado preocupaciones internacionales, con Ucrania haciendo un llamamiento urgente a sus aliados occidentales para que aceleren el suministro de sistemas de defensa aérea. Mientras tanto, en el ámbito político, la inminente llegada de Donald Trump a la Casa Blanca añade un nuevo giro a la dinámica del conflicto. Trump ha criticado el uso de misiles de largo alcance en el conflicto, subrayando que solo sirven para escalar la tensión. Sin embargo, también ha reafirmado su intención de encontrar una resolución al conflicto una vez asuma el cargo, sugiriendo el despliegue de tropas europeas de mantenimiento de paz, aunque ha descartado la intervención directa del ejército estadounidense. En este contexto, el presidente francés Emmanuel Macron está profundizando esfuerzos diplomáticos para consolidar apoyos en Europa, con vistas a un esfuerzo conjunto que aborde la crisis y ofrezca apoyo tangible a Ucrania.
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