La estrategia consiste en abrumar las defensas enemigas mediante ataques coordinados que apunten a saturar su capacidad de respuesta, con el fin de conseguir una acción militar más letal y efectiva. Este enfoque ha sido desarrollado en el contexto de operaciones militares avanzadas, donde la tecnología y la inteligencia juegan un papel crucial para identificar y explotar las vulnerabilidades del adversario. La táctica implica el uso intensivo de recursos que desbordan las defensas, creando confusión y retraso en la reacción del oponente, lo cual se traduce en una ventaja táctica significativa.
Esta metodología no solo se centra en la cantidad, sino también en la calidad y en la sincronización precisa de los ataques. La integración de múltiples plataformas de ataque, como misiles, drones y ciberoperaciones, permite una ofensiva diversificada que maximiza el impacto al golpear desde diferentes ángulos. Al coordinar estos esfuerzos, se busca no solo desactivar la capacidad de contraataque, sino también sembrar el caos para incapacitar al enemigo de manera más definitiva. La eficacia de esta estrategia radica en su capacidad de adaptación y en la rapidez con la que puede desplegarse, lo que representa un avance significativo en las doctrinas de combate modernas.
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