En una tarde cargada de expectación y contrastes, la plaza vibró con las emociones desenfrenadas de una corrida que, pese a ser mayormente fallida, ofreció momentos de auténtica entrega y técnica. Un torero logró cortar una oreja, su faena fue un espectáculo de desnuda emotividad ante un toro que representó un verdadero reto. Este animal fue, sin duda, el más destacado de los ejemplares de Bohórquez, que en general no estuvieron a la altura del evento. Aunque el conjunto de la corrida dejó mucho que desear, ciertos instantes brillaron con luz propia, dejando al público con un agrio sabor de pasión y decepción.
Destacó la pinturería de Curro Díaz, quien supo brindar momentos de digna elegancia en sus pases, aportando una chispa de arte a la tarde. Por su parte, Rubén Pinar mostró una solvencia apreciable, demostrando su maestría y control en el ruedo. A pesar de los altibajos, estos toreros consiguieron arrancar ovaciones del público, reivindicando su lugar en la tradición taurina con pericia y dedicación. La jornada, marcada por sus luces y sombras, dejó un eco de promesas y retos para el futuro del toreo.
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