El complejo penitenciario de Sednaya, un símbolo sombrío del régimen de Asad, ha dejado de funcionar tras una inesperada toma de poder por parte de los rebeldes en Damasco, culminando 13 años de guerra civil. Desde su apertura en 1987, Sednaya fue conocido como el «matadero humano», un lugar de represión donde miles de vidas se extinguieron entre torturas y condiciones inhumanas. Con la huida de Asad y la liberación de la prisión, cientos de prisioneros demacrados emergieron, muchos tras más de una década en aislamiento. El impacto de sus atroces vivencias, caracterizadas por torturas, humillaciones y ejecuciones, forma parte del espantoso legado que envuelve al complejo, descrito en informes por Amnistía Internacional como un auténtico campo de exterminio de la disidencia.
A raíz de estos eventos, Sednaya se ha convertido en un foco de atención y un destino de peregrinación para familias desesperadas en busca de información sobre sus seres queridos desaparecidos. Mientras la atención internacional se intensifica, los Cascos Blancos han completado una infructuosa búsqueda de posibles detenidos en secciones subterráneas de la prisión, clausurando finalmente su operación sin resultados positivos. Las plataformas de redes sociales han estado inundadas de relatos de horror y vídeos de los liberados, muchos de los cuales están tan desorientados y afectados que apenas pueden reconocer sus identidades. Sednaya, al final, se erige no solo como un testimonio de la brutalidad del régimen, sino también como un símbolo de un país devastado que busca retomar su camino en la esperada era post-Asad.
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