La factura de la luz es una preocupación constante en los hogares, especialmente con electrodomésticos como la lavadora, que es uno de los que más energía consume. A pesar de esto, un simple ajuste en su uso puede marcar una diferencia significativa en el ahorro doméstico: bajar la temperatura del agua.
Sorprendentemente, aproximadamente el 90% del consumo energético de un ciclo de lavado se destina a calentar el agua. Al optar por temperaturas más bajas, como 30°C o incluso 20°C, se podría lograr un ahorro energético de entre el 50% y el 60%. Esta medida no solo aligera el peso del recibo de la luz, sino que también preserva la calidad de las prendas y reduce la liberación de microplásticos que suelen asociarse a ciclos calientes.
El error común es elegir programas rápidos con la esperanza de ahorrar tiempo y energía. Sin embargo, estos ciclos pueden aumentar el consumo al exigir más al electrodoméstico en menor tiempo. En su lugar, se recomienda utilizar la lavadora a plena carga y evitar el prelavado a menos que sea estrictamente necesario. Optar por ciclos estándar y manejar el detergente de manera eficiente también contribuye a un uso más racional de los recursos.
Incorporar estos simples cambios en la rutina de lavado no requiere grandes sacrificios y puede traducirse en un ahorro considerable a lo largo del año. Adicionalmente, este enfoque también representa un alivio para el medio ambiente, al reducir el consumo energético y la generación de microplásticos.
En definitiva, optimizar el uso de la lavadora, más que un ejercicio de ahorro, es una práctica sostenible que beneficia tanto a nivel económico como ecológico. Con estos pequeños ajustes, los hogares pueden aprovechar al máximo sus recursos, demostrando que el ahorro energético y la eficiencia no tienen por qué estar reñidos con la eficacia y el cuidado de la ropa.