El refrán ranchero «Los pandean porque los montan potros» cobra relevancia en el ámbito político actual, reflejando la tendencia de lanzar a jóvenes inexpertos a escenarios de gran exigencia. Este fenómeno aflora especialmente durante las elecciones, acompañando el recurrente estribillo de que el voto joven es determinante. No obstante, la realidad manifiesta lo contrario: los votantes primerizos son, históricamente, los que menos acuden a las urnas. A pesar de ello, la narrativa mediática persiste, abogando por un cambio generacional en puestos de opinión y liderazgo, como si una renovación radical garantizara el triunfo. Sin embargo, el reciente panorama electoral muestra una perspectiva distinta, donde figuras maduras como Sheinbaum y su más cercana competidora, ambas sexagenarias, dominan la escena.
Esta paradoja subraya una discordancia entre la imagen de juventud prometedora y la realidad del liderazgo consolidado, cuestionando la eficacia de apostar todo al rejuvenecimiento. La insistencia en promover exclusivamente nuevas generaciones, simplemente por su juventud, ignora la experiencia y solidez que aportan las figuras más veteranas. Más allá de la idealización del voto joven y la búsqueda de renovación, las elecciones recientes indican que el electorado continúa valorando la experiencia y la capacidad probada en sus líderes. En este contexto, la cuestión no radica solo en cambiar rostros por otros más jóvenes, sino en equilibrar ímpetu y sabiduría, renovando estructuras sin desestimar la solidez que da la trayectoria.
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