En el marco de las campañas para la elección de jueces, magistrados y ministros en México, los candidatos han desplegado un abanico de estrategias para captar la atención de los votantes, algunas de las cuales han oscilado entre lo indignante y lo cómico. Uno de los casos más notorios es el del aspirante a la Suprema Corte, Arístides Rodrigo Guerrero García, apodado el “ministro chicharrón”, quien se comparó con un “chicharrón preparado” en un video en redes sociales. Mientras tanto, hay candidatos que han prometido cambios que no están en manos del cargo al que aspiran, demostrando un desconocimiento del rango de acción de un juez. La abogada Carla Escoffié ha señalado que tales promesas son impropias, ya que un juez no puede crear leyes ni administrar presupuestos, funciones correspondientes al poder legislativo y ejecutivo, respectivamente.
El electorado se enfrenta a la dificultad de discernir entre candidatos que carecen de carisma pero que abogan por la seriedad e imparcialidad en la administración de justicia. La comparación con personajes literarios como Javert, de «Los miserables», quien es intransigente con la ley, y Porfirio Petrovich de «Crimen y Castigo», que comprende mejor las complejidades legales y humanas, sirve como metáfora para las expectativas que se tienen de un juez ideal: ética, imparcialidad y profundo conocimiento legal. Así, en medio de las llamativas campañas, el reto radica en elegir a aquellos que, a través de la honestidad y madurez legal, promuevan una justicia más accesible y justa, aún a costa de realizar campañas menos espectaculares.
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