La caída del régimen de Bashar Asad en Siria, ocurrida tras solo 12 días de ofensiva insurgente, marca el fin de más de cinco décadas de dominio por parte de la familia Asad, poniendo fin a 13 años de guerra civil que han dejado profundas grietas en el país. Con un saldo devastador de medio millón de muertos y millones de personas desplazadas, el país ahora contempla un futuro incierto pero no exento de esperanzas moderadas. Los rebeldes que han derrocado al régimen buscan representar la diversidad siria en una nueva etapa que promete una estructura estatal inclusiva y sin el caos que podría seguir al colapso del gobierno. No obstante, el desafío será monumental, pues Siria enfrenta el reto de reconstruir sus instituciones después de años de represión y tensiones sectarias, exacerbadas por las intervenciones extranjeras.
El futuro político de Siria depende ahora de la posibilidad de alcanzar acuerdos que eviten una vuelta a un régimen totalitario. Con la caída de Asad, muchos del antiguo régimen podrían ser necesarios para asegurar una transición pacífica de poder. Además, es vital observar cómo los diversos grupos rebeldes, incluidos aquellos con un pasado yihadista como Hayat Tahrir al Sham, se posicionan en esta nueva realidad. Aunque HTS ha dado señales de alejarse del extremismo, quedan muchas dudas sobre su capacidad para participar en un gobierno inclusivo y democrático. En este complejo panorama político, la influencia de actores regionales e internacionales seguirá siendo decisiva, ya que cualquier intento de imponer una solución unilateral podría hacer fracasar los esfuerzos hacia una paz duradera.
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