En el marco de la actual situación política y social en España, se evidencia una marcada dicotomía entre la percepción de la realidad y los estereotipos tradicionales que se asignan al país. A lo largo de la historia, España ha sido criticada por un profundo individualismo y un presunto desprecio por el bien común, exacerbado en situaciones de crisis, como se observó en las recientes disputas políticas durante la tragedia de la DANA. Esta percepción histórica de una sociedad tribal y sectaria, reflejada en el comportamiento de algunos líderes políticos como Feijóo, contrasta con la sorprendente observación de ciudadanos extranjeros de España como una nación obediente y cívica. Este comentario abre un debate sobre la evolución del civismo en España, evidenciando un cambio palpable en la conducta social, con ejemplos notables en el respeto a las normas de tráfico y un firme compromiso con la vacunación durante la pandemia.
Este cambio gradual en el tejido social español sugiere un país que, cansado de su pasado cainita y caótico, ha adoptado una nueva identidad más civilizada y comprometida con valores comunitarios. Reflejado en aspectos como la disminución de comportamientos individualistas y el aumento del respeto por espacios y derechos compartidos, la transformación es evidente para quienes recuerdan un país menos disciplinado. El cambio no ha sido solo generacional, sino también estructural, con una sociedad que, en conjunto, ha decidido priorizar el bien común por encima del provecho personal. Este progreso, notable en el respeto por espacios públicos y el cumplimiento de las normas, contrasta con los desafíos políticos actuales, subrayando la necesidad de que los líderes reflejen la evolución cívica de los ciudadanos, levantando preguntas sobre cuándo y cómo este cambio ha permeado la vida cotidiana.
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