El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana por décadas, fue un sistema marcado por reglas específicas como la no reelección, el poder del Ejecutivo para designar sucesores y un estilo autoritario que limitaba la disidencia. Este régimen ofrecía una carrera política a cambio de impunidad y negocios, lo que se traducía en corrupción y violaciones de derechos humanos. Aunque garantizaba una cierta estabilidad social, lo hacía a costa de un profundo atraso económico y crisis recurrentes. Ahora, el partido Morena, liderado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), genera inquietudes al percibirse como un posible resurgimiento del PRI, aunque con diferencias significativas. Morena aspira a establecer un nuevo modelo inspirado en la llegada de AMLO en 2018, al tiempo que enfrenta críticas por sus similitudes con el viejo sistema priista.
Morena ha adoptado una narrativa equiparable a la del PRI al transformar las elecciones en un instrumento para legitimar su poder, mientras que su retórica nacionalista e indigenista recuerda a discursos del pasado. Sin embargo, las promesas de bienestar no se han traducido en mejoras sostenibles para la población más necesitada. Además, bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum, la sombra de AMLO continúa influyendo en el gobierno, sin un verdadero cambio de rumbo después de la transición presidencial. La falta de autonomía política y la cercanía entre el poder político y el crimen organizado son temas de preocupación, así como el tratamiento hostil hacia la oposición y la libertad de prensa. Para diferenciarse del PRI, Morena debe enfrentar los crímenes del pasado y evitar repetir errores, como la censura y la alianza con fuerzas armadas, que podrían conducir a un desastre político y social en México.
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