En este diciembre, la agenda festiva se ha visto alterada ligeramente debido a que uno de los esperados festivos cae en domingo, dejando a algunos con un día libre menos en la tan esperada semana del puente de la Constitución. No obstante, el espíritu navideño se ha hecho sentir desde mediados de noviembre, con el Black Friday marcando el arranque extraoficial de la temporada de compras y celebraciones. En las calles, la decoración y la iluminación ya anuncian la llegada inminente de la Navidad, mientras los mercados navideños invitan a los ciudadanos a zambullirse en el ambiente festivo. Ante este despliegue, los embotellamientos y el apresuramiento se convierten en las nuevas constantes de un mes donde el tiempo parece escasear, obligando a muchos a adaptarse a un ritmo más vertiginoso.
Las celebraciones navideñas, sin embargo, no son un fenómeno homogéneo en su vivencia. Mientras que los amantes de estas fechas se involucran de lleno participando en tradiciones como el uso de gorritos de Papá Noel, el amigo invisible y las cenas de empresa, los más críticos contemplan la llegada de la Navidad con desdén, casi como un yugo social. En el entorno familiar, las cenas navideñas se presentan como un escenario propicio para encuentros emotivos y, en ocasiones, tensos, donde la diplomacia y el tacto son indispensables. Sin embargo, a diferencia de los asuntos familiares que eventualmente encuentran resolución, en el mundo político actual parece difícil concebir una tregua navideña, con divisiones y tensiones que persisten, ajenas a las luces y el espíritu conciliador de la temporada.
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