En el verano de 2013, Miguel Ángel Rodríguez, exsecretario de Estado de Comunicación bajo el gobierno de Aznar, reflexionó sobre su paso por la política y admitió que lo que más extrañaba era la capacidad de manipular información para influir en la opinión pública. Rodríguez, conocido por su habilidad en las relaciones con los medios, explicó cómo durante su mandato podía controlar narrativas, diseñando campañas mediáticas estratégicas para favorecer anuncios gubernamentales, como uno hipotético sobre energía nuclear. A pesar de describir su manipulación como una práctica no contraria a la verdad, su nostalgia por el control informativo resaltaba la importancia que tenía para él en el ejercicio del poder.
Años más tarde, Rodríguez volvió a ser noticia al reconocer ante el Tribunal Supremo que había filtrado una información inexacta sobre un supuesto acuerdo entre la Fiscalía y Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso, investigado por fraude fiscal. Rodríguez afirmó que su declaración inicial no se basaba en información concreta, sino en su experiencia e intuición sobre los mecanismos internos del poder judicial, destacando su característico «pelo blanco» como símbolo de autoridad. Este episodio subrayó su compleja relación con la verdad y la manipulación de información, una práctica que ahora enfrenta el escrutinio legal y mediático en un contexto de acusaciones por filtraciones del fiscal general del Estado.
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