La fuga de Sergio C. D. y David M. G. de la cárcel de Picassent el pasado sábado por la noche ha dejado perplejos a los responsables de seguridad del penal. Los dos reclusos, condenados por delitos de robo con violencia e intimidación, lograron evadir los sistemas de vigilancia del Centro Penitenciario Valencia II mediante una fuga digna de una película. Trenzando sábanas y bolsas de basura, fabricaron una cuerda que utilizaron para descolgarse por una ventana cuyo barrote previamente habían forzado. Esta fuga ha destapado una serie de fallos en los sistemas de seguridad, al no ser detectada hasta que los funcionarios notaron la ausencia de los presos en una ronda nocturna. Instituciones Penitenciarias ha iniciado una investigación interna para determinar las fallas de seguridad que permitieron esta huida audaz y hasta el momento, el paradero de los reclusos sigue siendo desconocido.
La espectacularidad de esta fuga recuerda a la evasión ocurrida en diciembre de 2020 en la prisión de Valdemoro, protagonizada por los hermanos Moñiz, quienes también utilizaron una cuerda artesanal para escapar. Tras esa fuga, el Ministerio del Interior emitió instrucciones para reforzar la seguridad en las cárceles, subrayando la necesidad de realizar chequeos semanales de los sistemas de vigilancia pasiva y activa. Sin embargo, este reciente escape de Picassent ha puesto de nuevo en cuestión la efectividad de esas medidas. Desde 2003, se han registrado 24 fugas en prisiones españolas, una cifra mínima en comparación con los más de 10.000 quebrantamientos de condena, principalmente durante permisos temporales. La población reclusa en España ronda los 59,513 individuos, aunque anualmente cerca de 80,000 personas pasan por el sistema penitenciario, lo que subraya la magnitud y los desafíos de gestionar la seguridad en estos centros.
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