El fallecimiento del papa Francisco, nacido como Jorge Bergoglio en Buenos Aires hace 88 años, dejó a su país natal en un estado de reflexión y luto. Argentina, bajo el gobierno de Javier Milei, declaró siete días de duelo en su honor. En varias localidades, incluidas las zonas más humildes de Buenos Aires, las muestras de cariño y las anécdotas sobre el Pontífice que trascienden lo religioso se hicieron evidentes. En el barrio de Flores, lugar que lo vio crecer y descubrir su vocación, numerosos argentinos expresaron su pesar. La basílica de San José, cercana al hogar de su infancia, se llenó de flores y memorias compartidas de quien fue un faro para muchos necesitados. Sus acciones trascendieron la mera doctrina católica, dedicándose a ayudar a aquellos en condiciones más vulnerables, como lo relatan los habitantes de la villa 21-24, quienes sostienen que Bergoglio les brindó apoyo material y espiritual desde antes de convertirse en líder de la Iglesia.
En medio de la pena, las iglesias de Buenos Aires se convirtieron en escenarios de emotivos homenajes. Eventos multitudinarios como la misa en la basílica de San José manifestaron el profundo afecto de la comunidad hacia el Papa. Mientras tanto, en la Catedral Metropolitana, ubicada en la icónica Plaza de Mayo, se levantaron altares improvisados con velas, rosarios y banderas del club San Lorenzo, reflejando la conexión del Papa con el pueblo. Pese a las divisiones políticas y las discrepancias marcadas por el presunto vínculo de Francisco con el peronismo, un sentimiento unificador se hizo notar entre los argentinos. El presidente Milei, a pesar de previas críticas abiertas hacia Francisco, reconoció su influencia mundial y su legado, llamando a la unión y reconciliación del país. Las conmemoraciones hacia el Papa Francisco reiteraron su legado de amor por los humildes y su misión de construir puentes en tiempos de divisiones políticas y culturales.
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