El líder ruso parece estar intentando repetir la estrategia utilizada en 2015, cuando optó por intervenir en Siria para desviar la atención de conflictos internos y reafirmar su influencia internacional. En aquella ocasión, la táctica le permitió consolidar su posición en el escenario global. Sin embargo, el contexto actual en Teherán presenta una serie de desafíos más complejos que dificultan la ejecución de esta estrategia. La situación geopolítica en Medio Oriente ha cambiado significativamente, con actores regionales y globales involucrados en una red de tensiones diplomáticas y militares.
Las negociaciones en Teherán reflejan un entorno en el que Rusia busca conformar alianzas estratégicas, pero enfrenta obstáculos debido a la diversidad de intereses y agendas en juego. A diferencia de su intervención en Siria, donde tenía un claro aliado en el régimen de Bashar al-Assad, en Irán las dinámicas son más intrincadas. La relación con Irán implica no solo cuestiones militares, sino también económicas y políticas, haciendo que una intervención similar a la de 2015 sea más difícil de ejecutar con éxito. Con diversos actores internacionales observando de cerca, la capacidad de Rusia para maniobrar y lograr sus objetivos en este nuevo escenario está siendo puesta a prueba.
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