Pasados cuatro días desde el desbordamiento del río Cazones en Poza Rica, Veracruz, la situación sigue siendo crítica. Los vecinos de la colonia Ignacio de la Llave celebran la restauración parcial de la electricidad, sin embargo, enfrentan dificultades con paredes aún húmedas y un olor persistente a descomposición. A pesar de los avisos de ayuda en camino desde la Ciudad de México, los pobladores aseguran que la asistencia no ha llegado. En el epicentro del desastre, se reportan al menos 64 muertos y 65 desaparecidos en cinco estados. La falta de coordinación de las autoridades ha generado descontento y denuncias de los pobladores que se sienten desatendidos.
Por su parte, Álamo Temapache, otro de los municipios gravemente afectados, ha quedado aún más aislado por los daños en los caminos. Allí, los vecinos describen la situación como una “pesadilla”, viviendo con el temor constante de más lluvias. La Cruz Roja ha comenzado a llevar ayuda, pero muchos voluntarios también enfrentan las secuelas del desastre, trabajando bajo condiciones adversas. La frustración persiste ante el caos y la falta de un plan de emergencia efectivo. Las narrativas de heroísmo se multiplican entre los residentes que ante la crisis han decidido ayudarse unos a otros, demostrando una solidaridad que contrasta con la respuesta oficial.
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