Irán ha sido durante décadas un activo financiador de grupos terroristas como Hamás y Hezbolá, utilizando estos vínculos para llevar a cabo ataques indirectos contra Israel y evitar una confrontación directa. Sin embargo, las tensiones han escalado recientemente, especialmente tras la operación terrestre de Israel en el sur del Líbano. Esta intervención fue una represalia contra Hezbolá, un grupo terrorista respaldado por Irán desde 1982, y resultó en el lanzamiento de 200 misiles por parte de Teherán hacia Israel como reacción a ataques israelíes sobre líderes de Hezbolá y Hamás. Esta situación ha puesto a ambos países al borde de un conflicto abierto, una realidad que contrasta con años de guerras encubiertas y sabotajes mutuos.
En medio de esta escalada, Israel se encuentra evaluando estrategias para responder a Irán, considerando posibles ataques a instalaciones nucleares o petrolíferas del país. La infraestructura nuclear iraní, centrada en Natanz e Isfahán, es crucial para el programa nuclear de Teherán, pero atacar estas instalaciones sería complicado sin el apoyo de Estados Unidos, que ha mostrado su desacuerdo con tales acciones. Asimismo, las instalaciones petrolíferas de Irán, fundamentales para su economía, ofrecen otro potencial objetivo; sin embargo, afectarlas podría desestabilizar los mercados globales de petróleo, un riesgo significativo en época preelectoral en Estados Unidos. Frente a estas consideraciones, el presidente Joe Biden ha urgido a Israel a encontrar alternativas menos arriesgadas para responder a las agresiones de Irán.
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