Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mundo adoptó la democracia como la forma ideal de gobierno, basada en la elección popular, la división de poderes y la expansión de los derechos humanos. Este sistema se consolidó durante la «tercera ola» democratizadora teorizada por Samuel Huntington, que experimentaron muchos países, especialmente en América Latina. Sin embargo, la pandemia exacerbó los problemas preexistentes en los sistemas democráticos, revelando una profunda desconfianza en las instituciones y una crisis de representación política. En paralelo, el auge de líderes sin experiencia impulsados por expertos en comunicación y el deterioro de la seguridad y la corrupción en América Latina aumentaron el escepticismo hacia la democracia.
Hoy, el crecimiento de conglomerados tecnológicos y la alienación social impulsan un escenario de posdemocracia, caracterizado por la polarización y la manipulación de la realidad facilitada por la inteligencia artificial. Fenómenos como la autodestrucción interna, ejemplificada por figuras como Putin y Bukele, la amenaza ultranacionalista de líderes como Trump, y el exitoso modelo autoritario de China desafían las formas tradicionales de democracia. La inteligencia artificial, además, está transformando la participación política convencional, sugiriendo un futuro donde la dinámica electoral podría cambiar radicalmente. Esta posdemocracia refleja tanto la evolución digital como las debilidades históricas de la democracia representativa para responder efectivamente a los desafíos ciudadanos.
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