La relación entre deporte y política ha sido notable a través de la historia, con événements emblemáticos como la negativa de Muhammad Ali a participar en la guerra de Vietnam en 1967, lo que le costó su licencia deportiva y una pausa de tres años en su carrera. Ali, un boxeador renombrado, se rehusó a contribuir a lo que consideraba una extensión de la opresión racial de los blancos sobre los afroamericanos. De manera similar, Tommie Smith y John Carlos marcaron un hito en 1968 durante los Juegos Olímpicos de México al levantar su puño enguantado en protesta por los derechos civiles en EE.UU., un gesto que les costó caro pero que permaneció como un símbolo de resistencia. Estos casos reflejan cómo los deportistas se han posicionado como defensores de causas sociales, a menudo enfrentando represalias significativas.
Recientemente, la intersección entre deporte y política ha vuelto a surgir, evidenciada en manifestaciones en competencias deportivas y las posturas de diferentes atletas. Un ejemplo es el ciclista Jonas Vingegaard, quien expresó respeto por manifestantes pro-palestinos, mostrando que las plataformas deportivas continúan siendo espacios de visibilidad social y política. Aunque algunos intentan trazar una línea divisoria entre deporte y política, la realidad demuestra lo contrario. La historia del deporte está impregnada de momentos en que los atletas se convierten en agentes de cambio social, y las competencias deportivas actúan como escenarios que trascienden lo deportivo, ilustrando conexiones profundas entre el deporte y las realidades políticas del mundo actual.
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