La reciente muerte de José «Pepe» Mujica, ex presidente de Uruguay, ha reavivado el debate sobre lo que la política podría y debería ser. Mujica, un ícono de la izquierda latinoamericana, vivió una vida marcada por el dolor y la sabiduría adquirida a través de sus experiencias como guerrillero, rehén y líder. Durante su presidencia, demostró que es posible utilizar el poder para mejorar la vida de los ciudadanos, logrando avances significativos en los derechos sociales. Aunque su gestión no estuvo exenta de errores, logró un raro equilibrio entre su vida personal y sus convicciones públicas, dejando una huella imborrable en la política uruguaya y mundial.
El legado de Mujica se contrasta notablemente con el de líderes como el presidente colombiano Gustavo Petro. Mientras Mujica enfocó sus últimos años en un diálogo sereno y reflexivo, Petro ha recibido críticas por su enfoque confrontativo y su uso de las redes sociales como plataforma política. A pesar de compartir un pasado como guerrilleros, las diferencias en sus estilos de liderazgo y coherencia ideológica son palpables. Mujica, quien nunca usó un celular ni redes sociales, promovió el entendimiento y la reconciliación, en tanto que Petro ha sido percibido como polarizador. La muerte de Mujica no solo marca el fin de una era, sino que también resalta la necesidad de líderes con su integridad y compromiso ético.
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