En el complejo panorama político de Hispanoamérica, los líderes de izquierda adoptan posiciones variadas frente a la situación en Venezuela. Gabriel Boric, presidente de Chile, se desmarca de la tendencia tradicional de su sector y ha calificado al gobierno de Nicolás Maduro como una dictadura, subrayando la importancia de distinguir entre ideología y realidad. En contraste, Gustavo Petro, presidente de Colombia, ha mostrado un enfoque más inconsistente. A pesar de reconocer en un principio que las elecciones bajo Maduro no fueron libres y evitar asistir a su toma de posesión, Petro más tarde desestimó como «fake news» la detención de la opositora María Corina Machado, quien resurgió públicamente después de meses en la clandestinidad debido a las presiones del régimen. Machado fue brevemente retenida por las fuerzas del gobierno tras participar en una manifestación en Caracas, y liberada después de grabar un video forzado donde aseguraba estar bien.
Por otro lado, el presidente español Pedro Sánchez ha optado por permanecer en silencio respecto al incidente, dando prioridad a celebrar el 50 aniversario del dictador Franco en lugar de pronunciarse sobre el arresto de Machado. Esta decisión subraya una tercera vía en el manejo de la delicada situación venezolana, que se caracteriza por la indiferencia. Este silencio contrasta con las reacciones de los exmandatarios colombianos Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe e Iván Duque, quienes exigieron la liberación de Machado. La reacción de Gustavo Petro hacia sus predecesores y su inclinación a ver conspiraciones, como la teoría de un plan empresarial español en su contra, añade un elemento de discordia y revela las complejidades y las divisiones en las respuestas de los líderes regionales ante la crisis venezolana.
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