En Gaza, las huellas de la guerra se sienten a cada paso. Los escombros de la devastación están plagados de proyectiles y misiles sin detonar, representando una amenaza constante para quienes intentan reconstruir sus vidas en el barrio de Al-Rimal. Este sector es uno de los más golpeados, donde los explosivos ocultos esperan el más mínimo contacto para desatar su letal poder.
Las familias desplazadas regresan lentamente, levantando tiendas de campaña entre los restos. La familia Al-Anqar, quien proviene de Al-Shuja’iyya, es un testimonio viviente del peligro. Zain y Jude, dos pequeños que sobrevivieron a una reciente explosión, ahora llevan cicatrices no solo en sus cuerpos, sino en sus memorias. Zain, con una pierna vendada, relató cómo una explosión los sorprendió mientras buscaban materiales para cocinar.
La preocupación de su madre es palpable mientras vigila a sus hijos jugar cerca de los mismos escombros que esconden un peligro mortal. «Tememos por nuestros niños», confiesa, consciente de que la tragedia se cierne en cada esquina.
La ONU ha registrado numerosos incidentes de este tipo y advierte que la limpieza de los artefactos explosivos será un proceso arduo. Luke Irving, al frente de la misión para retirar estos peligros, enfatiza que se necesita una educación urgente para que los habitantes comprendan y eviten los riesgos. Desde octubre de 2023, se han identificado más de 550 artefactos explosivos, pero la magnitud del problema sigue siendo incierta.
Además, el acceso a recursos básicos es alarmante. En octubre, solo 31 camiones de gas para cocinar llegaron al sur de Gaza, obligando a un gran porcentaje de la población a quemar residuos para preparar sus alimentos. Esta situación agrava una ya precaria condición humanitaria.
La escena en Gaza es una mezcla perturbadora de resistencia y desesperación, mientras sus habitantes luchan por sobrevivir día a día entre los recuerdos de una guerra que se niega a desaparecer.


                                    