Un joven de dieciocho años, estudiante de primer curso de Periodismo, asistía a una charla sobre periodismo y literatura, tal como se lo había solicitado su profesor. Durante la conversación, que incluía referencias a emblemáticas historias del gremio como el escándalo del Watergate y personajes del calibre de Ryszard Kapuscinski, el estudiante confesó que nunca leía libros y no encontraba sentido en hacerlo. La respuesta del profesor, sin atreverse a profundizar en lo esencial, lo dejó reflexionando sobre la paradoja de querer escribir sin leer: una situación que le hizo salir del aula cuestionando el compromiso de las nuevas generaciones con la profesión.
En paralelo, en otro encuentro casual, una joven de la misma edad también estudiaba Periodismo. Tras una charla inspiradora con el profesor sobre figuras icónicas del periodismo y sus obras, la joven expresó su motivación por sumergirse en esos relatos y películas. Agradecida por el impulso y el contacto proporcionado con un periodista, buscó prácticas de verano en un periódico. Un mes después, escribió manifestando su compromiso de contar la verdad para ayudar a la gente, emocionada por su oportunidad de escribir en un periódico. La historia culmina con el profesor, reflexionando sobre la vocación, sintiendo que su entusiasmo por la enseñanza había sido renovado.
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