El minimalismo, que en su momento surgió como una tendencia dominante, ha comenzado a perder vigor, dejando espacio para un replanteamiento sobre el valor emocional y funcional de los objetos en nuestras vidas. La popularidad del método Konmari de Marie Kondo, que aboga por deshacerse de los objetos que no traen felicidad, ha llevado a muchas personas a revisar sus pertenencias y adoptar un estilo de vida más ordenado. Sin embargo, surge la pregunta de si deshacerse de objetos aligera las cargas emocionales o simplemente contribuye a dinámicas de consumo insostenibles. Algunos argumentan que reconsiderar constantemente el uso y el valor de cada objeto puede ser un acto de resistencia frente a sistemas que incentivan el consumo desmedido y la obsolescencia programada, como ejemplifica el histórico caso del cártel Phoebus y la reducción de la vida útil de las bombillas en 1924.
Este debate sobre los objetos también se conecta con la discusión actual en torno a la moda rápida y la sostenibilidad. Según Marta D. Riezu, autora de «La moda justa», la renovación constante de armarios refleja una falta de respeto por el impacto ambiental y social que conlleva la producción de nuevas prendas. Mientras la Unión Europea comienza a legislar en favor de la reparación antes que el reemplazo, los jóvenes parecen depender cada vez más del concepto GOTDIT (consigue que otra persona lo haga) para tareas básicas, desde el bricolaje hasta el mantenimiento del hogar. Estas tendencias indican una desconexión con el valor del trabajo manual y el conocimiento práctico que alguna vez fueron esenciales. Al mismo tiempo, en un mundo donde la acumulación de conocimientos parece tan desvalorizada como la de objetos, confiar en la tecnología para sustentar nuestras memorias y capacidades intelectuales plantea preguntas sobre la autonomía y el valor del saber propio.
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