Oliver Hermanus presenta una obra cinematográfica que explora temas profundamente humanos como el amor, la música y la memoria, abordando estas cuestiones con una delicadeza particular que evita el dramatismo excesivo. La película se destaca por su enfoque poético y errante, llevando al espectador a través de un viaje emocional sutil y cuidadosamente orquestado. A pesar de la intensidad de los temas tratados, Hermanus opta por una narrativa que despoja de dramatismo los momentos cruciales, ofreciendo una experiencia visual que se siente auténtica y reflexiva.
La elección de Hermanus de no intensificar emocionalmente las escenas tiene el efecto de dejar su película con una cierta ausencia de «sangre», o de potencia dramática. Sin embargo, este enfoque puede ser interpretado como una virtud, ya que permite que el espectador se conecte de manera más personal con la historia. El relato se despliega con un ritmo pausado, ampliando el espacio para la contemplación y la introspección sobre las complejidades de la vida y las emociones humanas, consiguiendo que la narrativa fluya como un poema visual en el que cada imagen y cada nota musical tienen su propio peso y significado.
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